El pasado sábado estuve de boda. No como invitado, sino al frente de una tarea de gran responsabilidad: ejercer como maestro de ceremonias. En el caso de que sea una figura que desconoces, es un perfil habitual en bodas civiles en las que los novios desean una presentación personal antes de la celebración del cóctel, comida o cena: el maestro de ceremonias es el responsable de conducir el acto. La labor no tiene una duración excesiva (puede oscilar habitualmente entre 30 y 60 minutos) pero sí requiere mucha atención y cuidado. Consiste (resumidamente) en recibir a los invitados, novios y padrinos, dar la bienvenida a los asistentes, coordinar las intervenciones de amigos y familiares, realizar el discurso principal, leer los textos legales incluyendo el intercambio de anillos y lectura de votos si los hay, despedir la ceremonia y firmar el certificado o acta correspondiente.
En este caso particular estuve en uno de los escenarios más espectaculares para una boda civil en Valladolid, uno de los pocos hoteles de cinco estrellas de la ciudad. No lo describiré con palabras, ahí van unas fotos para no quedar como un exagerado:
El pasado sábado culminó un trabajo que ha durado meses, desde que conociese a los novios en octubre de 2013, me reuniese en varias ocasiones con ellos y haya estado en contacto con todos los invitados que intervinieron en el acto. Los esfuerzos se materializaron en una ceremonia de boda emotiva en la que intervinieron hasta ocho invitados en cinco momentos diferentes y para la que preparé un discurso, por su contenido, personal, único e intransferible.
Con esta boda se ha abierto para mí la temporada como oficiante de bodas; no haré un post con cada una de ellas, pero ésta ha sido especial por muchos motivos y se lo merecía.